Álvaro Ricoe.
Escritor, director general de Editorial Popular Arttegrama, Conductor del programa radial y televisivo “Acuarela” en Radio San Miguel y Zona Sur TV y Fundador del Círculo de Escritores de La Legua. Columnista en diversos medios de comunicación popular.
UN HOMO NO MUY SAPIENS
Cuando el neandertal cedió al advenimiento del homo sapiens, recién la humanidad comenzó a erigirse en el portento biológicosocial que hoy domina el planeta. Miles de años de adaptación a climas y circunstancias permitieron que los saltos evolutivos fuesen menos onerosos en el tiempo, cuyos lapsos, al ir reduciéndose, permitieron que en sentido diametralmente opuesto, la modernidad se acelerara.
Y así observó la historia cómo en relativamente cortos espacios de tiempo, la rueda de carreta era reemplazada por neumáticos y las tablas de arcilla por máquinas de escribir y éstas, luego por ordenadores cada vez más eficientes. La maravilla del internet selló de facto el inicio de una nueva era en este trance del hombre hacia la superación constante de sí mismo y de la sociedad, que en dispares sumas y restas, finalmente construyó.
Íbamos tan bien.
Quizá sea porque hay alguna especie de ley supranatural que obliga a disgregarse hacia la entropía después de alcanzar cierto límite, y que debido a esto, al iniciar el siglo XXI la humanidad empezó a dar leves muestras de un declive evolutivo, que con acelerada parsimonia, habiendo ya gastado un cuarto del actual centenio, podemos ya estar hablando de una definitiva involución.
El Homo sapiens sapiens (hombre actual), que campeó avanzando la historia, debió dar un salto evolutivo con el devenir de la apabullante modernidad, sin embargo, pese a lo que se esperaba, hay ingentes muestras de que la evolución tuvo un frenazo y comenzó aceleradamente a evidenciar un inquietante retroceso.
Quizá sea por el llamado genético de la memoria más primitiva del australopitecus o el homo hábilis que reclama su querencia y arraigo antroposófico, que las conductas humanas se han ido barbarizando, el lenguaje jibarizando y la comunicación cayendo en vacíos cada vez más embadurnados de ambigüedad.
Hoy en día, el hombre promedio parece haber sucumbido ante el ideal cavernario de lo fácil, lo bizarro y lo tosco. Hipnotizado ante la oferta insulsa de la cajita idiota y definitivamente embobado por la monotonía asqueante del reguetón y sus delicuescentes derivados. Hoy el sapiens sapiens parece añorar con arcaica nostalgia, la reminiscencia de ritmos tamboriles en las planicies y sabanas del África meridional prehistórica. Porque celebra su omnipresencia en los monocordes temas de moda, que taladran los oídos y la materia gris mediante abusivas estridencias que gozan tristemente del don de la ubicuidad.
Basta mirar a los exponentes y seguidores de estos géneros mal llamados urbanos, para retrotraerse a las grotescas zalagardas tribales de primates intermedios entre el papión y el homoerectus. Los esperpentos y nefandos que emiten estentóreas diatribas y loas al hedonismo desbordado, a la vida disipada, a los lujos materiales y a la narco cultura, parecen haber tomado el mando y gozan de reconocimiento y admiración… obviamente de otros ejemplares similares en metas e intereses a estos gaznápiros.
Si fuese un movimiento aislado o una manifestación circunstancial de nicho, el problema no iría más allá de dejar que su rancio hedor desaparezca con el paso del tiempo. Pero las estadísticas son preocupantes cuando señalan con angustiosa seriedad que su aumento es exponencial y lo que es peor, se proyecta que las nuevas generaciones vienen con patrones heredados que apuntan a la hegemonía de la inconciencia, el egoísmo y la proliferación de las más terribles sicopatías. Cada vez será mayor el desapego por lo realmente trascendente, cada vez peores los índices de lectura y cada vez más manifiesto el desprecio por todo aspecto de cultura.
Si hacia allá va la próxima etapa del hombre en el planeta, lo único que podemos aseverar con certeza es que este actual Homo, no es muy sapiens que digamos.