Columna de opinión de Ignacio Rengifo

Columna de opinión de Ignacio Rengifo

Ignacio Rengifo, Trabajador social, Magíster en Gobierno, Política Pública y Territorio (C), vecino de San Miguel.

La verdadera batalla cultural en San Miguel: democracia vs. manipulación

El cambio de nombre de la avenida Salvador Allende por “Salesianos” fue presentado como un triunfo democrático, pero la consulta que lo respalda no alcanzó ni al 1% de la comuna. Más que participación ciudadana, se trató de un simulacro para legitimar una decisión ideológica.

En San Miguel, la avenida Salvador Allende no es solo un tramo de concreto. Es un espacio cargado de memoria, un símbolo que recuerda a un presidente elegido democráticamente y que proyecta hacia las nuevas generaciones un legado de soberanía y justicia social. Por eso, el reciente anuncio de cambiar nuevamente su nombre por “Salesianos” no es un simple trámite administrativo: es una señal de cómo se entiende la democracia local y el valor que se le da a la historia compartida.

La alcaldesa Carol Bown (UDI) ha presentado este cambio como resultado de una consulta ciudadana y como un gesto de “defensa de la memoria barrial”. Sin embargo, los hechos dicen otra cosa. La consulta no alcanzó siquiera al 1% de la población de la comuna. Además, se restringió a un sector reducido, dejando fuera a la gran mayoría de sanmiguelinos y sanmiguelinas que también transitan, habitan y se reconocen en esa avenida. Hablar de mandato democrático en estas condiciones es, como mínimo, un exceso. Lo que se validó fue un simulacro de participación, más funcional a una promesa de campaña que a un ejercicio real de democracia.

El fondo del asunto no está en un letrero callejero, sino en lo que ese nombre representa. Salvador Allende no es un “nombre que divide”, como plantea la alcaldesa, sino un presidente electo por la vía democrática, reconocido en el mundo entero como referente de la justicia social. Que su memoria incomode a ciertos sectores no autoriza a borrarla bajo la excusa de un nombre “neutral”. Presentar la denominación “Salesianos” como una opción inocua es, en rigor, una forma de invisibilizar lo que molesta, disfrazando de tradición local una decisión profundamente ideológica.

Este episodio deja ver un patrón más amplio: la memoria se convierte en un campo de disputa donde se invierte energía política en borrar huellas incómodas del pasado, en lugar de enfrentar los problemas urgentes de la comuna: la seguridad, la vivienda, el deterioro de los espacios públicos. Se habla de “batalla cultural” mientras las prioridades de la vida cotidiana quedan relegadas.

Pero la democracia no se fortalece con mecanismos manipulados ni con silencios convenientes. Se fortalece cuando se promueve un diálogo abierto, se reconoce la pluralidad de memorias y se acepta que nuestra historia, con todas sus fracturas, nos pertenece a todos. Defender la memoria de Salvador Allende no significa imponer una visión única: significa reconocer que hubo un presidente que marcó la vida democrática de Chile y que forma parte inseparable de nuestra identidad como país.

San Miguel necesita autoridades que escuchen de verdad, que promuevan participación inclusiva y que enfrenten los desafíos del presente sin editar el pasado. La verdadera batalla cultural no está en borrar nombres, sino en cuidar nuestra democracia de la manipulación y la intolerancia. Ese es el desafío que debemos asumir con seriedad y sin disfraces.

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