Columna de opinión de Álvaro Ricoe – “La rubiandad que nos acecha”

Columna de opinión de Álvaro Ricoe – “La rubiandad que nos acecha”

Álvaro Ricoe.
Escritor, director general de Editorial Popular Arttegrama, Conductor del programa radial y televisivo “Acuarela” en Radio San Miguel y Zona Sur TV y Fundador del Círculo de Escritores de La Legua. Columnista en diversos medios de comunicación popular.

La rubiandad que nos acecha

Históricamente En Chile, (sin dejar de extender el fenómeno a Latinoamérica), desde la época colonial, se presentó con claridad, una división entre clases entre los ciudadanos, habitantes… chilenos escindidos por su abolengo. Con esa impronta instaurada, las trashumancias de post guerra trajo a este lejano terruño, muchos inmigrantes europeos, muy especialmente provenientes de países anglos y sajones, oriundos del Cáucaso, y los Balcanes. Trajeron poco y nada encima… mas sus fortalezas estaban ocultas debajo de su ropaje. La visión de la vida, el carácter y la materia gris. La suma de sus habilidades, su cohesión solidaria al formar clanes de facto y el trabajo concienzudo y sostenido les dio suficientes frutos como para establecerse en un país que los acogió con generosidad y que se puso a sus pies cuando iban aportando conocimientos, tecnología y avances tangibles. Fue así, como el inconsciente colectivo de los morenitos estupefactos ante tanta maravilla, y por ende obsecuentes ante cualquier petitorio de estos nuevos semidioses blancos, altos y blondos les hiciesen para llevar a la realidad alguna idea, sucumbió a la adulación perpetua y posterior imitación de modos, modas y status. Los rubios eran los que había que emular y poner en el altar de las perspectivas a conseguir.

Hay que vincularse con ellos, hay que ser como ellos, hay que hacerse parte de su entorno. Por lo tanto si no podemos ser (porque emprender y estudiar idiomas es mucha pega) hay que por lo menos: parecer.

La ignorancia es cómoda y la necesidad de figurar; urgente. Por lo tanto para tener éxito hay que parecerse lo más posible a ellos, entonces vestiremos como ellos, oleremos como ellos, o mejor aún, nos pareceremos lo más que podamos y para ello, meteremos la cabeza en un lavatorio con agua oxigenada por media hora… o repasaremos las tonalidades amarillas de las tinturas capilares, la cosa es que ser rubio o rubia te catapulta a su pedestal étnico y los privilegios que pudieren devengarse de ahí.

La gran mayoría de los chilenos percibe ingresos insuficientes para sostener el costo de la vida, por lo tanto viven al debe y bicicleteando platas para poder sacar la nariz del fango y respirar una bocanada de aire… y así poder sobrevivir en el círculo vicioso hasta donde más se pueda. Pero tenemos tan integrado que los rubios son todos pudientes que de inmediato asociamos la rubiedad con el alto poder adquisitivo y los lujos a los que ello pueda derivar.

Aunque siempre existen posturas que señalan que el origen de la riqueza no es el color del cabello, hay que entender que se está exponiendo en esta columna, una observación que arrastra consigo una generalidad. No es que así sea o que no haya otras fuentes sino que esta visión parcial se impone por mayoría. Tanto es así que esto repercute en la conducta y en el análisis de quienes se sienten en inferioridad existencial. De ahí a renegar de sus propias raíces raciales hay sólo medio paso.

Mucha gente se pone el yugo de la inferioridad en forma voluntaria y es debido a que por la fuerte influencia de sus creencias, entran en una espiral de observaciones anodinas y peores conclusiones respecto de la superioridad de ciertas personas a quienes se les atribuyen dotes imaginarios respecto del color de piel o especialmente del cabello.

La rubiedad se percibe como un ideal, pese a que no existe un respaldo práctico ni científico que le de peso a esa idealización. La subjetividad de los gustos individuales se puede ver permeado por la costumbre y la praxis. Esto es lo que ocurrió en Chile con su inquilinaje, embobado primero y subyugado después, a través de las décadas posteriores a La Colonia.

El imaginario colectivo impone slogans y caricaturas que quedan chapuceando en el subconsciente y por ende no son detectados por la racionalidad de los individuos, pese a que sí determinan la predisposición frente a lo cotidiano. Entonces emergen en ese paneau ideas fijas tales como “si no es rubia, no tiene plata”; “Las mujeres rubias son más deseadas”; “Se cree rubia y es teñida”. Y así, una larga lista de epítetos que pretenden sobrevalorar a la rubiandad, y lo que es peor, realmente creer que esto es verdad. Es frecuente entre la gente pobre, teñirse el pelo y hacer gala de ello, poniendo énfasis que entre más claro sea el teñido, más de alta alcurnia se sienten, aunque no lo señalan abiertamente puesto que no hay una conciencia de su afán. Es todo instantáneo y no da tiempo para alcanzar a ser percibido como una tara de conducta.

Se crean burbujas sociales dentro de la precariedad, debido a la falta de formación humanista y a las expectativas arribistas inherentes a la necesidad. Así, tenemos en las poblaciones, a tipos creyendo que pasearse de la mano de una mujer con el pelo amarillo, lo pone en un podio envidiable para los demás. Y mujeres opinando de modas y marcas de ropa, mirando hacia abajo a otras por lucir su pelo naturalmente oscuro, tanto como lo tienen ellas, debajo de los tintes artificiales que sostienen su ego arribista.

La culpa es de la ignorancia no asumida y de la arrogancia que conlleva. La solución: Entender que la biología y la etnia, nada tiene que ver con el éxito que se pueda alcanzar en la vida.

El apartheid chileno sólo existe en la mente de los incautos.

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