Columna de opinión de Pedro Toro Concha – Extractivismo académico

Columna de opinión de Pedro Toro Concha – Extractivismo académico

Pedro Toro Concha, escritor y artista visual legüino en constante formación e investigación popular. Gestor Cultural de la Universidad Tecnológica Metropolitana. Editor de la revista Clan Kütral y parte del colectivo Cable Corta’o. Ha participado en varias antologías y ha escrito poemarios y recopilaciones de cuentos. En el 2023 publicó “Boletín para no olvidar” como recopilación de sus lecturas en las jornadas de “Poesía es Memoria” y en el 2024 publica la novela “La Niña en la Higuera”.

Extractivismo académico

Imaginemos una gran empresa minera que extrae cobre y cuyos capitales son de origen estadounidense. Extraen todo el material y lo envían a China. Empobrecen ecológicamente el lugar. Sí, generan empleo y un relativo desarrollo, pero el efecto en el lugar es catastrófico. No tienen ningún respeto por las comunidades cerca de ríos, el mar, pequeños pueblos con economías de subsistencia, agricultura y otras formas de economía colindantes
a la mina. Las grandes ganancias se van a Estados Unidos y otras a China. En Chile cumplen las leyes al mínimo posible; a veces prefieren pagar multas. No construyen ni colegios ni hospitales. Solo a veces hacen donaciones para rebajar impuestos. No cuesta mucho imaginarlo. Esto es una idea general de extractivismo.


El extractivismo académico tiene varias similitudes, pero lo que se explota son los conocimientos, saberes y experiencias de un grupo de personas, habitualmente con distintas situaciones de vulnerabilidad. Por ejemplo: pueblos indígenas, poblaciones empobrecidas y marginadas, inmigrantes, refugiados, entre otros. Las universidades, los núcleos de investigación y los think tanks (centros de estudios ligados a la política o al
empresariado para influir en la actividad pública) ocupan a estas personas y organizaciones como objetos de estudio, y a los lugares que habitan como campos de estudio. Extraen sus experiencias, sus testimonios, sacan conclusiones o establecen hipótesis que luego presentan en libros o papers para lograr grados académicos o para implementar posibles soluciones que nunca llegan a la práctica o no tocan lo estructural. En algunos casos
extraen datos para transformarlos en información, interpretan los datos para opinar e influir, y solo a veces generan propuestas.


No queda nada en las comunidades que fueron campos de estudio. Sus estudios y documentos están en un lenguaje dirigido a la misma academia o a grupos de interés, pero no a la población estudiada. No hay retribución de los “conocimientos generados”. No hay una co-creación y tampoco colaboración real. Las personas que participan no tienen posibilidad de intervenir en las decisiones del equipo que investiga. Son los investigadores los que deciden qué investigar, qué mostrar y qué no; cuáles son las personas, organizaciones y experiencias a relevar y cuáles no. En muchos casos, esa selección en los discursos y testimonios tiene que ver con ideas preconcebidas de lo que se quiere mostrar, y muchas veces solo se busca la evidencia “con pinzas” para demostrar hipótesis ya establecidas.

Los dineros generados son importantes y van a los profesionales que trabajan en esto. Eso no sería cuestionable, dado que son ellos quienes trabajan varias horas, de forma dedicada; también tienen la presión del “publica o desaparece”, en el fondo es su trabajo. Necesitan mantenerse vigentes y activos dentro de sus profesiones, así luego pueden participar en seminarios y actividades académicas y políticas. Puede que en muchas ocasiones las
intenciones de los profesionales sean las mejores, pero no basta solo con intencionar: hay cuestiones éticas que deben ser cuidadas. Hay que preguntarse por qué esa información no llega a todos quienes colaboraron con el estudio y por qué no llega preparada para que todos los participantes la entiendan y puedan sacar provecho de ella. En todos estos años queda muy claro que siempre han tenido otros destinatarios. Dentro de los cuestionamientos éticos, se ha sabido de entrega de mercaderías, gift cards y otros regalos para conseguir entrevistas. Hay un mercado para esa información.


Quizás debemos revisar las metodologías de investigación para trabajar en espacios de co-creación o colaboración donde haya mayor retribución y reciprocidad con las comunidades, para que exista un mayor equilibrio en la importancia de los saberes populares o de las personas que participan de los estudios e investigación. Mayor retroalimentación y control de los estándares éticos, para que el trabajo sirva a todos y
todas, no solo a profesionales, academias e instituciones que mejoran su visibilidad, prestigio y actividades en torno a la precarización de sus campos y sujetos de estudio.


El tejido social de los territorios debería preocuparse de no replicar las condiciones que hacen sentir utilizadas a la personas y sus territorios, exigir a las casas de estudio el respeto necesario a los saberes y experiencias de quienes participan y colaboran, y que haya retribución de todo lo creado y no solo de gift cards o galletitas en una once. Y si es necesario, también filtrar a aquellos que quieren apropiarse y monetizar, los saberes y experiencias populares, sus problemáticas y propuestas.

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