Manu Rojas para Radio San Miguel
El recién pasado fin de semana, 7 y 8 de noviembre, el Movistar Arena se convirtió en un refugio de emociones compartidas. Con entradas agotadas y un público que no dejó de cantar ni un solo verso, Los Bunkers pusieron punto final a su gira acústica en Chile, cerrando un ciclo que reafirma su lugar en el corazón del rock nacional y en la memoria viva del país.

Pero más allá de la potencia escénica o de la impecable ejecución musical, lo que se vivió fue algo más profundo: un reencuentro generacional, una ceremonia donde la música actuó como un lazo invisible que volvió a unir a miles de personas en torno a un mismo pulso, una misma historia.
Durante más de dos horas y media, los penquistas ofrecieron un recorrido por su trayectoria, desde los primeros acordes de sus inicios hasta las nuevas versiones nacidas en su etapa Unplugged. Hubo rock, emoción, homenajes y también reflexión. Porque si algo distingue a Los Bunkers, es su capacidad de no perder el contexto, de conectar con la sensibilidad de un país que busca en su arte un espejo.

Y esa conexión quedó más que clara cuando Mauricio Durán tomó el micrófono para introducir El hombre es un continente:
“En estos tiempos donde estamos muy divididos —o nos quieren hacer creer que estamos divididos—, esta canción tiene que ver con el valor del colectivo, con lo que podemos hacer juntos”.
Un mensaje que resonó fuerte. En medio de un clima político tenso, con elecciones a la vuelta de la esquina, la banda volvió a recordarnos que la música también puede ser una herramienta de encuentro, de conversación, de conciencia. Y que, como país, seguimos necesitando espacios donde la palabra “nosotros” tenga sentido.

Hubo momentos de pura nostalgia, como Calles de Talcahuano, que nos transportó al origen penquista de la banda, o los homenajes a Violeta Parra y Silvio Rodríguez, que confirmaron su compromiso con la raíz y la palabra. Y también hubo espacio para la sorpresa, con la aparición del querido Juan Carlos Bodoque —sí, el mismo del 31 Minutos— que arrancó carcajadas, ternura y aplausos al interpretar Una nube cuelga sobre mí.

El cierre fue una fiesta total: Bailando Solo fusionado con Heart of Glass de Blondie bajo una bola disco suspendida sobre la cúpula del recinto, y un estallido de energía que resumió lo vivido durante toda la noche: emoción, memoria, comunidad.
A casi dos años de su regreso, Los Bunkers demostraron que no viven del pasado, sino que lo reescriben con inteligencia y emoción. Reversionar sus canciones fue un riesgo, pero el resultado fue un acierto rotundo. Su público lo entendió y lo celebró: porque en cada acorde hay historia, y en cada verso, una invitación a mirar el futuro sin olvidar de dónde venimos.
Esta gira no fue solo una celebración musical. Fue una declaración: que el arte, cuando se hace con honestidad, sigue siendo capaz de reunirnos, incluso en tiempos de división.
Y ahí está, quizá, la lección más valiosa de Los Bunkers: que en el escenario —como en la vida— el verdadero poder no está en la individualidad, sino en el colectivo.
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Fotografías: Manu Rojas para Radio San Miguel!
“Lo que se vivió fue mucho más que un concierto: una verdadera reunión familiar, donde generaciones se encontraron al ritmo de canciones que forman parte de la memoria colectiva. Durante más de dos horas y media, la energía fue total: se cantó, se bailó y se celebró cada acorde con emoción y complicidad”
“El público respondió con gratitud y entusiasmo a un repertorio que recorrió la historia de la banda, desde sus primeros discos hasta sus más recientes éxitos, dejando claro que Los Bunkers siguen siendo una de las grandes referencias del rock chileno contemporáneo. Una velada de música, nostalgia y esperanza, que reafirmó que su regreso no solo marcó una época, sino que sigue escribiendo una historia compartida junto a miles de sus seguidores”, nos señaló Manu Rojas.

















